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Los turistas se van de Cali con la boca roja

Un lindo contraste se veía en la cara de Becky Campbell, una canadiense cuyos ojos azules, tez blanca y cabellera dorada resaltaba aún más con el rojo intenso de sus labios, a pesar de no tener ni una gota de maquillaje.

Los turistas se van de Cali con la boca roja

Venía de comer cholao. Esa anilina hizo estragos en su figura, pero delicias en su paladar. Una y otra vez sacaba esa lengua -también roja- para saborear el almíbar que se le había pegado en sus comisuras, mientras levantaba hacia arriba el dedo pulgar y decía: “Very good rico”, con un acento entre inglés y quetchua.

Llegó a Cali con la delegación de su país para participar en el Mundial de Atletismo Sub 20, al igual que Alina Freí y Elena Debelic, de Suiza; Lucio Ponto, de Italia; Amiko Konzy, de Uganada; Emma Tainio, de Finlandia; Darelys Domínguez, de Puerto Rico; Irina Alvez, de Brasil y Rocío De La Cruz, de Perú. Aunque esta última llegó en calidad de entrenadora de la selección Inca.

Una vez terminaron sus competencias, los voluntarios y anfitriones les dieron un abanico de posibilidades de qué hacer en Cali en su tiempo de descanso. Les hablaron del cholao, de las gatas de Tejada, de Cristo, Rey, Las Tres Cruces, La Ermita, El Bulevar del Río y el Kilómetro 18.

Dentro del estadio Pascual Guerrero -donde se desarrollaron las justas- encontraron las delicias de los raspaos, cholaos, luladas, ensaladas de frutas y limonadas que les ayudaron a subir los kilos que habían perdido en la pista.

Los más osados deportistas y los acompañantes de las delegaciones, casi quiebran a los vendedores de El Oasis, El Cacique, Don Pacho, El Caleño, El Paraíso, El Súper y otros dispensarios, repitiendo morros de leche condensada y galletas wafers, mientras en una especie de Torre de Babel con sus bocas rojas comentaban las delicias de su vaso y espantaban las abejas, con cierto temor.

Los turistas se van de Cali con la boca roja

Lo que no pudieron espantar fueron los mosquitos jejenes. Todos tenían las piernas y los brazos marcados con puntitos rojos, conectados entre sí como si hubieran jugado triqui con ellos, porque las rayas de los arañazos se notaban de arriba abajo y de izquierda a derecha. Nada raro que también hubieran agotado de las farmacias el Caladryl, Arnidol, Aután, No Piquex o el After Bite.

No les importaban las ronchas ni los pelones. Estaban extasiados con la brisa de Cali, la música que sonaba desde las toldas de venta, la alegría de los caleños y las delicias del mecato, donde reinaban las cocadas, las chocolatinas Jet y la galleta costeña. Los más light preferían el mango viche, el chontaduro y otras frutas tropicales, sin lechera ni coco rallado.

La tarde iba cayendo, la hora de irse para el hotel se acercaba y los managers y entrenadores, con su habitual acosadera y un celo extremo, les indicaban que había que abordar el bus. Muchos lo hicieron a regañadientes, estirando esa trompa roja y con la ilusión de quedarse en Cali por mucho tiempo más.

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