Bogotá

Misteriosa muerte de dos niños y un policía

Mientras que investigadores de la Fiscalía y de la Seccional de Investigación (Sijín) tratan de establecer qué sucedió al interior del apartamento 510 del bloque 5, del conjunto residencial Parques de Primavera (localidad de Puente Aranda), en el vecindario se tejen toda suerte de rumores sobre el caso.

En la mañana del pasado domingo, 24 de marzo, dos niños (de 7 y 10 años) y su papá, un policía de Carabineros, aparecieron muertos con arma blanca. La mamá de los menores, según las versiones, fue hallada en el ascensor del edificio con múltiples heridas en su cuerpo: siete en el abdomen, tres en el tórax, una en el cuello, otras en la espalda y en los brazos.

Lo que cuentan es que los hechos se presentaron poco después de las 8:30 de la mañana de ese día cuando, presuntamente, el uniformado estaba ebrio y, en medio de una discusión con su pareja, comenzaron las agresiones que terminaron en esta tragedia.

Informaciones preliminares señalan que el llamado a los guardas de seguridad de ese conjunto fue realizado por una vecina que encontró a la mujer en la entrada del ascensor, cubierta con una manta y bañada en sangre, según testimonios.

De inmediato, los vigilantes se comunicaron por radioteléfono, llegaron al ascensor, llamaron a la Policía y a la ambulancia. La mamá de los pequeños, una mujer de 37 años de edad, fue sacada en camilla y luego trasladada en ambulancia hasta el hospital San José, en el centro de Bogotá.

Otros vigilantes subieron al piso 5, se asomaron al apartamento y al abrir la puerta se encontraron con el cuerpo de Iván Arturo Zorro Penagos, un patrullero adscrito a la división de caninos y quien llevaba trece años en la institución. Este fin de semana el uniformado se encontraba de descanso.

La puerta del 510 está sellada con la cinta oficial de los logos de la Fiscalía, como evidencia del caso: “Sellado– Coral 15 CTI”, se lee. Como muestra del dolor y del duelo que también los golpea, residentes colocaron allí unas flores, una veladora, un mensaje de solidaridad a la familia y un vaso con agua en el piso, al borde de la puerta.

Nadie vio nada, nadie habla, ninguno quiere comprometerse en el edificio. Hasta ahora, no hay información oficial, mientras se adelantan las investigaciones y las necropsias.

Una señora, en piyama, pasa frente al 510. Se echa la bendición y dice: “Ahí cada rato tenían riñas. Me niego a creer que haya sido ella. Yo creo que fue él”, especula.

Los residentes del apartamento aledaño no quieren hablar. Se les ve golpeados con lo sucedido.

“Yo acabé de pasarme a vivir aquí, no llevo más de 20 días y no los conocía”, contesta una mujer, que vive en frente del apartamento, mientras que un joven de chaqueta azul con audífonos pasa caminando, con música estridente que se alcanza a oír, no solo por el alto volumen sino por el silencio que reina a lo largo y ancho del corredor del quinto piso del multifamiliar.

Las dos bicicletas de los niños, estudiantes de un colegio aledaño al conjunto, permanecen cubiertas con un grueso plástico negro. Eran las que usaban para ir a la ciclovía dominical.

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